Edgar Fonseca, editor PuroPeriodismo.com

Dilapidó un caudal político histórico.

Lo dilapidó desde el mismo día de su toma de posesión cuando la suerte de su gestión quedó atada a los designios de los dirigentes gremiales.

Dilapidó un momento clave para la toma de decisiones políticas trascendentes.

Y dilapidó un “estado de urgencia” , de la crisis advertida, cuando todavía parecía dominable.

Por eso cuando el presidente sale, con rostro compungido, la noche del primero de agosto ante las cámaras, a anunciar que el país está al borde de una crisis de pagos de servicios esenciales, la reacción pública fue, cuando menos, sarcástica, ¿cómo, hasta ahora se da cuenta?

¿Hasta ahora se entera que su administración ha estado jugando con fuego estos tres años con la reforma fiscal requerida?

La cruda reacción pública ha sido mirar al mandatario, casi de reojo; como a la distancia en su laberinto… ¿uáles pasos da, cuáles medidas adopta, ahora sí, con el agua al cuello?

Dejarlo que actúe, si es que le queda a estas alturas algún margen razonable, dentro del vacío de relaciones políticas que ha sido la constante desde el Ejecutivo en el cuatrienio que acaba.

Las advertencias de crisis y la necesidad de adoptar medidas estructurales, probablemente drásticas e impopulares, emanadas reiteradamente desde las más autorizadas fuentes e instituciones internacionales, y por los más reconocidos  y respetados expertos y estudiosos locales, cayeron en saco roto  en este periodo.

Punto aparteLa censura del diputado Ottón Solís a la responsabilidad histórica del presidente y del primer gobierno PAC ante el desastre en ciernes, es una sanción política mayúscula.

Se antepusieron las respuestas populistas, clientelistas, cuando no sometidas a las presiones sectoriales.

Y se esquivaron las decisiones cruciales que el país necesitaba.

Ahora suenan las sirenas de emergencia.

Pero fue una salida de bumerán: generó un inconveniente alarmismo en la ya deteriorada percepción internacional de las cuentas del país, y hasta metió en incertidumbre el pago del sacrosanto aguinaldo de los burócratas.

¡Cuánta precipitación!

Reaccionó muy tarde el gobernante. Y, lo peor, con su credibilidad política muy comprometida.

Su clamor trasciende en otro “estado de urgencia” para el manejo de la crisis “requete” diagnosticada y vaticinada.

Irrumpe en un adverso entorno económico internacional y en una campaña que se asoma tempestuosa.

Ningún actor estará dispuesto a pagar los platos rotos por las omisiones clave de este gobierno.

La candidatura oficialista, la del continuismo populista, atraviesa, así, por campos minados.

¡Dios salve al país!

En razón de la extrema urgencia, de la que ahora habla el presidente, ojalá haya, al fin, un consenso político esencial que garantice estabilidad y control del entorno económico-social del país.

Y que pueda vadear episodios turbulentos, como los vividos en el periodo 78-82, cuando por poco se va a pique y luego demandó un esfuerzo político titánico para hacerlo retomar su rumbo.

Ojalá sea iluminado el gobernante, ya consciente de la amenaza que, como aquella ronda del lobo, desdeñó desde el primer día de su gestión, y contribuya con el resto de fuerzas políticas a corregir el derrotero.

Legarle a las próximas generaciones las funestas experiencias de Grecia o España, sería la peor herencia por la que se recordaría a su administración.

Punto final-Cinismo político mayor del Frente Amplio y el PAC con el drama democrático venezolano. La izquierda tica se puso del lado de la dictadura bolivariana. Por poco linchan al canciller…

Y, a los máximos dirigentes del partido y al candidato gobiernista, les cortaron la lengua. Son cómplices por ese silencio vergonzoso.