Edgar Fonseca, editor

Tras la devastación de la tormenta Nate en vastas zonas del país; tras la muerte y destrucción que trajo consigo la inesperada influencia de este fenómeno en la de por sí deteriorada, limitada y frágil infraestructura pública.

Tras los kilómetros y kilómetros de vías dañadas…

De puentes golpeados…

Tras las escenas de casas, colegios, escuelas, negocios; de poblados barridos, inundados, anegados o arrasados…

En fin, tras esta gran emergencia que azota al país, también habrá que hacer recuento de la lisonja interinstitucional que desata su atención.

Lamentablemente, no pocos de los encargados de responder a desastres de estos por sus funciones, por su investidura o rango, desvirtúan la noble labor de decenas y centenares de personas, de empleados públicos, de particulares, de voluntarios, y se sumen en un show mediático, de “un aquí estoy yo”,  por quien saca mejor provecho, que llega a aturdir.

No queda una esquina en Facebook, ni en Twitter, ni en ninguna otra red social, ni en las intermitentes conferencias con los medios dóciles, en las que no se se confunda la responsabilidad pública, el debido ejercicio de las tareas de instituciones y de su personeros ante una emergencia como la que vivimos, con una tormenta de “autobombo”.

Pero, ¿no corresponde a todas las entidades  involucradas, a todos los cuerpos de socorro, a todos sus jerarcas y demás mandos responder, como lo hacen y lo deben hacer ante coyunturas extraordinarias como estas?

¿No les corresponde determinar prioridades, lanzar todos sus recursos, multiplicarlos, llamar al auxilio internacional, si fuese del caso, para volver cierta normalidad a tanta comunidad abatida?

¿No corresponde al Estado en la representación de todas sus autoridades e instituciones, del presidente hacia abajo, reaccionar como lo hacen, pronto, con sentido de urgencia, de emergencia y depurada eficiencia?

No recordamos nunca en la reciente historia nacional tanta “pasadera de brocha” entre jerarcas e instituciones por las acciones que ejecutan, como si no fuera su obligación, su responsabilidad hacerlo. Lo mismo les pasó hace un año tras el embate del huracán Otto.

Y así llueven los “selfies” en los comandos de operaciones…

Pareciera que la consigna es aprovechar las implicaciones de eventos como estos, para limpiar el espejito de la imagen devastada para algunos por muchas otras razones.

Punto final-El honor y la admiración de la opinión pública queda para ese ejército silencioso de gentes que con picos y palas y el barro hasta los ojos chapalean en sus azotadas regiones para salir de la emergencia, ajenas al show que otros se montan.