• Pido a Dios que ilumine a los electores en las próximas elecciones, pero también pido a los electores que mediten muy bien su elección de los próximos diputados.

Jorge Corrales Quesada, economista

Me ha llamado la atención la opinión de muchas personas acerca del trabajo de nuestra Asamblea Legislativa, en cuanto a la enorme lentitud del procedimiento de aprobación de leyes y que debería ser mucho más expedito. Sin profundizar en las causas de este posible problema, sobre lo cual se han indicado diversos factores, quiero en esta ocasión comentar acerca de si es deseable que en una Asamblea Legislativa haya una aprobación “fácil” o “rápida” de las leyes.

Para empezar, y tratando de no caer en definiciones complejas y hasta técnicas del derecho, lo cierto es que uno observa que en nuestra Asamblea Legislativa se aprueba todo tipo de cosas bajo el manto de “leyes”, incluso realmente intrascendentes para la organización social, y que no son más que órdenes a una burocracia para que ejecute decisiones propias de la administración del estado. Puedo citar ejemplos, como leyes para otorgar un benemeritazgo a alguna persona supuestamente merecedora, una que autoriza un presupuesto para, digamos, comprar motos para el servicio de tránsito o para donar un lote de tierra pública para construir una iglesia, etcétera, etcétera. Pero, en otros casos, se discuten leyes que tienen trascendencia para los individuos en general, como la introducción de un impuesto al valor agregado, regular el derecho a operar un dron, o poner controles de precios y mercados, etcétera, que claramente van más allá de un procedimiento administrativo. [Espero que mis ejemplos transmitan bien la idea].

De antemano, uno podría considerar que parte del entrabamiento legislativo se debe a las cosas que tienen que “ir” a la Asamblea, para ser resueltas mediante un proceso que consume una enorme cantidad de recursos que, tal vez, podrían ser mejor empleados en valorar aquellos otros asuntos de mayor “trascendencia” general.

Al mismo tiempo, entiendo bien la preocupación bien intencionada de muchos ciudadanos ante la falta de aprobación de “leyes” por parte de la Asamblea que se podrían considerar como deseables. Claro, que lo que para alguien puede ser deseable, para otro puede ser indeseable, lo que hace necesario un proceso para determinar la conveniencia de aprobar una ley. Es así como duele ver la serie de “tonteras” que se discuten en una Asamblea Legislativa, sin que los resultados que se esperan lograr sean relevantes para la convivencia social. El tiempo, así desperdiciado, genera un malestar justificado en muchos ciudadanos.

Eso lleva a muchas personas, con plena justificación, a abogar para que en la Asamblea ese tipo de cosas no requieran mucho tiempo y que más bien se dedique a aprobar otras cuya aprobación “rápida” vale más la pena.

Cuidado con el  fast track

Por más deseable que pueda parecer la existencia de una Asamblea Legislativa que apruebe rápidamente las cosas, creo -y es mi opinión- que se debe reflexionar acerca de si es deseable para el bienestar de nuestra sociedad, que las cosas se aprueben “rápidamente”, en vez de sujetarlas a un proceso contemplativo de las decisiones, que podría tomar mucho tiempo e incluso casi hasta sin límite, como podría ser un caso que no tiene solución viable.

El Jefe de Gabinete del gobierno de Donald Trump, general John F. Kelly, es una persona que goza de enorme respeto y prestigio en los Estados Unidos, no sólo por su formación militar, sino también por ser una persona estudiosa y dedicada académicamente a los asuntos políticos nacionales e internacionales. Hace pocos días, en una reunión abierta con periodistas en la Casa Presidencia, uno de ellos le preguntó su opinión, como asesor principal del presidente Trump, acerca del lento desenvolvimiento en la aprobación legislativa, considerado por algunos como engorroso y lleno de obstáculos. Y que si ello dificultaba la acción del presidente Trump. La respuesta fue la de un conocedor de la historia política de la fundación de su país. Más o menos las palabras del general Kelly fueron: “Así fue diseñado el parlamento [Asamblea Legislativa] por los padres fundadores de la nación: que esas cosas no fueran de una fácil y rápida aprobación.”

Con sencillez y precisión, Kelly expuso que la Asamblea Legislativa -de su país- es así de lenta para decidir precisamente porque quienes la crearon pensaron que el mayor y más importante cuerpo representativo de la soberanía de los ciudadanos, no puede estar sujeto en su aprobación de ciertas leyes trascendentales, a los vaivenes rápidos de una democracia política, sino que deberían primar la parsimonia, la prudencia y el buen juicio, aunque ello tomara en apariencia mucho tiempo y hasta visos de obstruccionismo.

Sé que estoy llevando las circunstancias casi a un extremo, pero creo que, cuando se trata de instituciones de ese tipo, tenemos que tener la mayor claridad acerca de qué es lo que podría estar en juego. Es necesario que haya cierto grado de estabilidad en una sociedad, a fin de que pueda progresar, y que se mantenga la prioridad de la libertad individual ante el posible abuso del poder por el estado.

Una Asamblea Legislativa puede ser debidamente electa, de forma que las coaliciones legislativas posibles puedan hacer ingobernable a una nación. Hace unos cincuenta años pensaría que el gobierno parlamentario italiano (podría ser igual con una Asamblea como la nuestra) era casi predecible que no pudiera asegurar la normalidad deseable de la vida ciudadana. Las coaliciones cambiaban todos los días y, por tanto, lo hacían los proyectos de cambios a leyes trascendentales para la supervivencia de la sociedad. Incluso había propuestas un día en un sentido -con el voto asegurado- y poco tiempo después venía otra con un sentido totalmente opuesto –y también gozando del voto asegurado.

La farsa bolivariana

Pero, aún peor, y puede verse, por ejemplo, en el caso actual con la nueva asamblea legislativa bolivariana, que con una mayoría fanática todas las restricciones a las libertades individuales que propone la dictadura actual, son aprobadas automáticamente, cercenando así las posibilidades de convivencia social en libertad.

Rapidez, agilidad, apresuramiento, premura, en el caso de la aprobación de leyes no es necesariamente algo deseable, pues fácilmente sinrazones, aficiones totalitarias y oportunismos politiqueros pueden substituir la calidad de la legislación. Esto es especialmente significativo para las minorías de todo tipo, que no pueden quedar sujetas en sus derechos esenciales individuales a una voluntad de una mayoría que bien puede estar equivocada.

Alguien, con buena razón, podría pensar que ahora sí estamos bien podridos, si no se puede echar a funcionar ágilmente a nuestra Asamblea Legislativa. Pero, debe también pensarse si una premura para cualquier cosa que allí se apruebe, es lo que nos conviene como personas libres. Recuerden que el Estado es el que tiene el monopolio del poder y que la base de la convivencia en la sociedad radica en que ese poder, del cual disfruta el estado por cesión de las personas, debe ser limitado. Por tanto, llevar con mucha calma la valoración y discusión de una legislación que afecte la libertad de las personas, es esencial para que las personas no se vean arbitrariamente limitadas en sus capacidades para progresar ante una simple aprobación de una ley poco meditada.

Con optimismo pensaría que la mejor vía para tratar de acelerar el funcionamiento deseado de la Asamblea Legislativa, sin que la prisa sea enemigo de lo mejor, radica en la elección que podamos hacer de nuestros diputados. Que sean personas que vayan a defender nuestra libertad, ante el poder que algunos desearían otorgarle al Estado para que éste defina nuestras vidas. Así que pido a Dios que ilumine a los electores en las próximas elecciones, pero también pido a los electores que mediten muy bien su elección de los próximos diputados.