Edgar Fonseca, editor

Cruzan los dedos en la cúpula de gobierno para que el escándalo acabe cuanto antes.

Para tener un respiro de aquí al 8 de mayo.

Para tratar de recomponer la campaña oficialista arrastrada en el tsunami.

Para  intentar salvar la mayor cantidad de fichas de las trepidantes acciones judiciales que, pareciera, están a la vuelta de la esquina para algunas de ellas tan pronto acaben sus gestiones.

Para este gobierno hay un antes y un después del “cementazo”.

Y, en tal sobresalto, el discurso gobiernista se vació de contenido y de decisiones.

Y en estos tiempos de implacable vértigo de control público, eso nadie lo pasa por alto.

La gente no les traga cuento por más cara compungida con que aparezcan.

Cruzan los dedos en todos los otros partidos ante el temor de que los arrolle el oleaje de ese mar picado de influencias, de conexiones y de relaciones incestuosas, de cuestionados manejos de instituciones y de recursos públicos que dejó  al descubierto este gran escándalo.

Más ahora que, con algunos de los “peces gordos” tras las rejas, y con motín a bordo, puedan destaparse otras sorpresas.

Cruzan los dedos las demás directivas de bancos públicos y privados e instituciones clave donde, es probable, que estén revisando con lupa sus más trascendentes decisiones y sus listados de “clientes preferenciales”, no vaya a ser que descubran, tarde, que han sido infiltrados por el virus del “cementazo”.

Ese virus del facilismo, del amiguismo, de la componenda.

Y cruzan los dedos en el Poder Judicial donde se han armado todas las comisiones del mundo para tratar de aplicar una “reingeniería express” a un colapsado aparato de justicia, claro, sin tocar un renglón de su sacrosanto régimen de privilegios en pensiones…

Aquello más parece un súbito esfuerzo por limpiar imagen, a como dé lugar,  calculando muy a la ligera el tamiz constitucional por el que deberían pasar algunas de las reformas que ahora apuran a golpe de tambor.

El “cementazo” los despertó.

Este revolcón anímico e institucional del país es sano.

Tiene a no pocos sobreaviso y fuerza, a todos, a ser más celosos de sus conductas, funciones y responsabilidades.

Punto final-La nueva carretera San Carlos-San Ramón se asoma como un monstruo de mil cabezas. Su costo se disparó 250%, en nueve años; pasó de $61 millones a $213 millones y van por $24 millones más. Y no hay trazos de que aquello vaya a acabar pronto y bien.

¡Cuidado si no estamos ante el “cementazo” versión 2!