¡Somoza cayó! ¡Hay que cruzar la frontera!

7

Edgar Fonseca, editor/Foto Búnker de Somoza, Managua, 20 de julio 1979, Rodrigo Montenegro, La Nación

A medianoche de aquel 19 de julio de 1979, nos entró una llamada urgente desde San José a las cabinas en que dormíamos en La Cruz, frontera norte.

“Somoza cayó. La guerrilla tomó Managua. Hay que cruzar la frontera!

La instrucción era clara y precisa de don Julio Suñol, maestro del periodismo nacional y, a la sazón, jefe de redacción de La Nación.

Mientras alistaba una portada histórica con la imagen del odiado dictador derribado –portada que nadie como él pudo saborear más– nos urgía con su fabuloso olfato reporteril a aproximar, cuanto antes, el sitio fronterizo de Peñas Blancas.

Así lo hicimos pero, a esas horas, topamos “con cerca”, como se dice popularmente.

Debido a la emergencia militar del momento, la frontera estaba cerrada y no se tenía idea de cuándo reabriría.

A la frontera se le conocía como “tierra de nadie”.

Una zona altamente sensible a operaciones del ejército de Somoza dados los continuos ataques guerrilleros desde territorio tico.

No con poca frustración e impotencia, nos tomó varias horas más tarde cumplir la instrucción de don Julio.

Finalmente, a cuenta y riesgo nuestro, cruzamos Peñas Blancas, desolado del lado nicaragüense en medio del caos que dejó la estampida final de la guardia somocista.

Llegamos ya entrada la tarde a Rivas donde, nunca dejará de calar en mis ojos, ver un cuartel somocista ardiendo, humeante, y a varios soldados detenidos, caminando por aquellas convulsas calles, con sus manos “esposadas”, con alambre de púa.

Avanzamos hasta Masaya donde se nos impidió del todo el paso debido a choques armados aun latentes en la periferia de la capital nicaragüense.

Dormimos en nuestros vehículos y, a la mañana siguiente, emprendimos la ruta a Managua donde fuimos testigos de una ciudad enloquecida por la huida del dictador y las ansias de libertad y democracia.

Así lo sentimos y vivimos en la recién bautizada Plaza de la Revolución.

Una brutal traición surcaba contra aquellos ideales libertarios.

Un día más tarde llegamos al búnker donde atendió Somoza desde la Loma de Tiscapa.

Junto a nuestro colega Bosco Valverde, q.e p.d., el fotógrafo Rodrigo Montenegro y otros reporteros extranjeros, nos recibió Daniel Ortega, cabello ensortijado, bigotudo, enfundado en traje de fatiga, arma en mano, y escrutando, tras sus gruesos y oscuros lentes, uno de los mayores objetivos militares del sandinismo.

Ortega había pasado aquellas semanas finales refugiado en una casa de seguridad en Moravia –dispuso de al menos tres en el país– donde, incluso, fue celebrado, en secreto, su primer matrimonio católico con Rosario Murillo por el sacerdote español guerrillero Gaspar García Laviana, muerto cerca del fin de la guerra en un combate en Sapoá, frontera norte.

De San José volvió a Nicaragua para tomar el poder.

Nicaragua se hundía, una vez más, en el abismo de su historia.

Deja un comentario