Edgar Fonseca, editor
“En pocos días, el 27 de enero, los liberacionistas vamos a concluir una hermosa página de nuestra historia política. Ese día, la antorcha del liderazgo político habrá pasado a otra generación. Ese día, entenderá el partido que esto no significa ni un rompimiento, ni una brecha. Entenderá que es una transición armónica, creativa. Comprenderá que es un cambio por y para Costa Rica”.
Así inflamaba a las huestes el dos veces presidente de la República y Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, durante el discurso de la victoria partidista interna en el Gimnasio Eddy Cortés, La Sabana, el 6 de enero 1985.
Bajo el lema, “Sin padrinos ni muletas”, Arias se alejaba de los lideres históricos y daba un paso clave en renovar al partido y alcanzar la segunda victoria consecutiva presidencial, un año más tarde.
40 años más tarde, Álvaro Ramos, enfrentado no a líderes históricos, sino a dinosaurios, cacicazgos, patronazgos diputadiles, cantonales, municipales, alcaldicios, navega en aguas turbulentas, violentas.
No solo con el desafío interno partidista sino con la obligación de enfrentar y derrotar, sea él o cualquier otro aspirante, la mayor amenaza a la democracia del país en su reciente historia con la trampa populista-autoritaria a las puertas.
Sin ceder en principios fundamentales, sin ser presa de chantaje y coacción de esos cotos, de esos liderazgos “rémoras”, el joven aspirante verdiblanco requerirá de sabiduría, prudencia y sensatez pero ante todo, de realismo político, para no naufragar.
Sin padrinos, ni muletas, Oscar Arias