Edgar Fonseca, editor
Lo que está en juego esta noche en La Sabana no es solo el mero trámite de esos 90 minutos de angustia en que la Sele puede tener un aire más o decirle adiós del todo al Mundial 2026.
Está en juego la marca futbolera país en ese poderoso e implacable negocio global del deporte más apasionante.
Que la suerte de ese negocio, de esa imagen, dependa del azar o de un milagro, desnuda profundas carencias u omisiones en la conducción gerencial, administrativa y, por supuesto, técnico-deportivas de la eliminatoria mundialista regional más mediocre y de más fácil alcance.
¿Qué pasó? Y, sobre todo, ¿por qué pasó? ¿Por qué estamos al borde del mayor descalabro histórico de la Sele?, son preguntas que, aunque tardías, deberían hacer entrar a dirigentes, técnicos, jugadores, observadores, en una mayor reflexión de cara a la siguiente etapa.
¿Por qué se enterraron los logros y, en particular, la gestación de la épica en Brasil 2014?
¿Por qué dejó el país de asistir a mundiales infantiles, juveniles, canteras del futuro de la Tricolor?
¿Porqué no se pudo sostener sin traumas un recambio generacional?
¿Por qué se apostó en el más reciente periodo, por un cuerpo técnico aislado de asistencia y de experiencia mundialista local?
La lista es interminable pero debería servir de guía a quienes están a las puertas de hacer protagonista al país futbolero de uno de sus mayores fracasos.
¿Dónde y en qué estaban esos dirigentes?
¿No deberían dar un paso al costado y permitir, también, un “recambio” en un entorno donde pareciera impera el compadrismo, el cacicazgo de votos de ligas o el mandonismo altisonante?
O es que tras este ridículo de eliminatoria ¿alistan maletas y reservaciones para rematar la burla a la afición?
Visión, autocrítica y transparencia serán clave en la reconstrucción tras la debacle.





