Edgar Fonseca, editor
Aquellos brutales atentados terroristas nos sorprendieron a todos.
Eran las 8:46 a.m. del martes 11 de setiembre 2001.
Apenas iniciábamos el día cuando las cadenas norteamericanas de televisión mostraban en vivo la destrucción de las Torres Gemelas, el ataque al Pentágono y el avión de American Airlines estrellado en un campo cerca de Shanksville, Pensilvania.
Salimos raudos hacia la pequeña sala de redacción del entonces vibrante diario Al Día en Llorente, Tibás, donde nos esperaba, como ocurre en este maravilloso oficio, una jornada de drama, de dolor, de noticia incesante; una larga y dura jornada.
Recién asumía la dirección de Al Día, tras un recorrido de 26 años continuos por La Nación, y en aquella pujante burbuja noticiosa nos probaba uno de los mayores acontecimientos del siglo.
La decisión la tomamos en instantes: circularemos una edición extraordinaria que debía estar en las calles capitalinas no más allá de las 10 de la mañana.
Con el personal necesario, alistamos las 12 páginas, muy gráficas, que reseñaban la tragedia con 2996 muertes y más de 25.000 heridos.
En paralelo preparábamos la edición del día siguiente.
Mónica Gómez, Ovidio Muñoz, Edwin Arguedas, Eduardo Castro, Ana Coralia Fernández, Rodolfo Santos, Santiago Manzanal, equipo de lujo, se arremangaron y contra presión y mucha pasión lograron el objetivo.
Gritos, carreras, órdenes, chistes, café, cigarriillos a hurtadas, tensión, infaltable… pero un disfrute único.
Una sala de redacción sin estrés al tope, no es vida…
A la hora prevista enviamos la edición “extra” a las calles de la capital.
Fue la última edición extraordinaria de un matutino en San José antes que el imperio de X, Facebook y WhatsApp dominara sobre la faz de la tierra.
Una jornada que vivimos a flor de piel.
Imborrable como tantas otras a lo largo del camino.
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