El presidente Alvarado capitula ante el chantaje sindical

Por eso el amargo sabor que deja en la opinión pública la salida del gobierno ante un movimiento sindical profundamente inhumano e impopular.

Evidencia una respuesta acomodada a las altisonantes exigencias de dirigentes envalentonados con un pacto secreto firmado en febrero, el primer capítulo de la obra, cuando ya regía la nueva ley de la reforma fiscal.

El acuerdo del lunes, vendido como producto de “prolongadas negociaciones”, deja el humo del “compadre hablado”, como bien se señala.

Salió ajustado a la talla de quienes violentaron el ordenamiento, cerraron hospitales, abandonaron pacientes y amenazaron con agudizar el caos sino se les atendía, una tras una, sus demandas.

Y en franco desafío de la nueva ley, que rige para todos los “ciudadanos de a pie”, pero no para esa camarilla sindical, inmunizan a la CCSS de la regla fiscal.

Y dejan intocables las decenas de pluses que ya alcanzaron el año anterior los ¢541 mil millones.

Ninguna reforma fiscal será suficiente para sostener esa sangría de recursos públicos, que se extiende con odiosos privilegios a lo largo y ancho de los elefantes estatales de todos conocidos.

El gobierno claudica ante grupos estridentes en un periodo económico y fiscal crítico, y ante una crucial tarea pendiente de saneamiento y ordenamiento de las finanzas.

Así como le acaban de torcer el brazo para salir con ese “parto de los montes”, cualquier otro sector se sentirá seducido a ponerlo contra la pared.

Un acuerdo perdedor.

Pierde en credibilidad la gestión de Alvarado.

Pierden los dirigentes sindicales encarroñados con sus odiosas prebendas y privilegios.

Y, lamentablemente, pierde el país que ve como el cálculo politiquero arrastra una gestión de gobierno que pintaba más coherente ante los desafíos presentes.