Edgar Fonseca, editor PuroPeriodismo.com

Corre el gobierno a inaugurar todas las obras que puede antes del 4 de febrero.

Corren todos los jerarcas, del mandatario en adelante,  pero algo pasa que en menos de 24 horas de que dieran el banderazo de partida para la esperada operación –tras 43 años– del corredor vial Bajos de Chilamate-Vuelta de Kooper, la vía cede a las correntadas, a los desbordamientos y a los anegamientos tan propios de la zona.

Nunca habían visto algo parecido, corren a justificarse los responsables de la obra.

Pero en estos tiempos de venturosa comunicación y denuncia instantánea, la fanfarria de la inauguración pasa a segundo plano y se multiplican las imágenes de los ciudadanos alarmados e indignados con el agua hasta el cuello  desde una vía apenas estrenada, cubierta de margen a margen e imposible de transitar.

La estupefacción debe haber  dado paso en esa corte de funcionarios que, apurados desde las alturas, precipitan operaciones de proyectos, sin que estén debidamente finiquitados o sin cerciorarse de los riesgos eventuales dadas las inclemencias de la región por donde atraviesan.

Como curándose en salud, ya anunciaron que el proyecto Sifón-La Abundancia tiene 73 sitios vulnerables a deslizamientos…

Y corre el presidente y sentencia en Twitter que, en “15 minutos”, resolvieron el entuerto del primer día, sin tomar en cuenta que al día siguiente la “llena” iba a ser peor.

La pesadilla no pudo ser mayor.

¿Qué pasó?

Esa es la pregunta de los mil millones que se hace la opinión pública al notar que, dado el apresuramiento que pareciera carcomer a esta administración en su recta final, al mandatario, de cuyas mejores intenciones nadie duda, literalmente lo embarcan y lo llevan a celebrar pomposas inauguraciones de obras públicas clave, como la de esta  estratégica arteria, con los inconvenientes detectados.

Igual pasó en el paso a desnivel de Paso Ancho, otra obra pública esencial para el fluido vehicular en el sur de la capital, donde hoy, a menos de un año de finalizados los trabajos y de haber sido inaugurada, hay “cirugía mayor” por infinidad de fallas detectadas.

¿Quiénes son los responsables de aceptar proyectos en esas condiciones?

¿Dónde están los supervisores de esas obras?

En fin, ¿quién da cuenta al país de tanta chambonada en el desarrollo de proyectos trascendentales que, en un santiamén, se convierten en el ojo del huracán de la chota y de la ira ciudadana?

El presidente debería pausar su paso. Hasta contrariado se le nota. No deja de tener razón. Acciones que podrían ser sonados eslabones de ejecutividad política y administrativa, se le vuelcan como bumerang y, quizá, vulneren ese esfuerzo en el que anda por recuperar imagen y credibilidad al final de su mandato y, de paso, meterle el hombro a su delfín a quien, por cierto, parece que escondieron mientras escampa el chaparrón.

Punto final-El gobernante recurre a tristemente célebres estribillos bolivarianos en la agonía de su gestión. No queda ya bien con los sátrapas de Caracas y mete ruido innecesario en la conversación política interna, salvo que se sienta muy cómodo con ello.