Aquella intolerancia ética del PAC…

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Edgar Fonseca, editor

Una intolerancia ética, rayana en cruzada fundamentalista, fue la que catapultó al PAC a la cúspide política del país.

“A los corruptos del PLN hay que sacarlos del poder para siempre”, proclamaban, entonces, sus dirigentes.

“A los corruptos del PUSC no hay que dejarlos volver al poder nunca”, sentenciaban.

Y, así, no hubo caso, ni trámite, ni obra, ni proyecto, ni  licitación, ni nombramiento en la administración pública, que no cayera bajo el hacha implacable de un ácido control político que aplicaban a quienes declaraban sus enemigos.

Ejercieron aquella cruzada sus más beligerantes dirigentes, entre ellos su fundador y líder mesiánico, a quien, suponemos, deben retorcérsele las entrañas por lo que hoy trasciende de algunos de sus correligionarios.

Fueron 12 años continuos de martilleo que, finalmente, vieron sus frutos en el 2014 cuando, con un candidato advenedizo, fulminaron al bipartidismo tradicional, y  alcanzaron el poder.

Prometían un oasis, tras la “larga noche” bipartidista.

Ascendían, decían todos ellos, como un importante y necesario, balance y reacomodo de fuerzas tras la desgastante saga bipartidista de cuatro décadas.

Lo asumían como un antes y un después en nuestra historia política.

El país quedó a la expectativa de su obra, de su gestión, y, sobre todo, de su probidad.

“Gobernamos con transparencia”, tronaba la campaña oficialista de su primer mandato, hasta que les estalló en las narices el “cementazo”,  el mayor escándalo político de las últimas décadas que zarandeó desde los íntimos pasillos de Zapote hasta el último vericueto de la Corte Suprema de Justicia.

El “cementazo” les hizo paladear la hiel de aquellas cuestionadas relaciones e influencias que, en su intolerancia ética, proscribieron de la política y del ejercicio del poder, cual mandato bíblico.

El “cementazo” le hizo saber a todos ellos que, también, eran de carne y de hueso, de sentimientos y de ambiciones, de aciertos y de yerros, y que, en el ejercicio de aquella función pública y política, a la que satanizaron, estarían expuesto al perenne riesgo de la contaminación.

El “cementazo” es un cadáver insepulto. No todos los involucrados aclaran sus acciones. Mucho menos sus responsabilidades. Tamaña tarea para la Fiscalía.

Y hoy revientan cuestionados nombramientos en el siempre apetecido botín de Relaciones Exteriores.

Inocentes  designaciones son defendidas por quienes incendiaron, en su momento, al parlamento por parecidos “actos de corrupción” bipartidista.

Y “mentores presidenciales” defienden, sin el menor sonrojo, millonarios despilfarros en obras innecesarias en tiempos de torbellino fiscal.

… ¿Dilapidaron estos dirigentes el capital de probidad que les trepó al poder?

¿Se les debe condenar?

Sería prematuro y temerario hacerlo.

Pero  la opinión pública tiene muy presente aquel fundamentalismo en el cual cabalgaron, cuales jinetes del Apocalipsis, y que hoy, algunos de ellos, parecen engavetar.