Edgar Fonseca, editor

El embarcadero La Pavona en Cariari de Pococí es un hervidero a las once de la mañana.

Decenas de turistas, en su mayoría extranjeros, con bebés, con menores o ancianos, con sus valijas y sus mochilas a cuestas, con sus ojos de sorpresa ante lo desconocido y ante el esplendor de la pura naturaleza en que se adentran, suben raudos a los botes que les llevarán por aquellos parajes. Que les llevarán por las achocolatadas y turbulentas aguas del río La Suerte hasta la Barra del Tortuguero, estremecida el cuatro de agosto con la muerte de la turista española Arantxa Gutiérrez.

De ida y de regreso el trajín no para en aquel embarcadero que sirve para el cabotaje de gentes y mercaderías, muy a lo Macondo, de todas las procedencias.

El recorrido hasta Tortuguero tarda una hora, dependiendo del favor de la corriente y de la pericia del capitán de la embarcación que debe sortear recodos traicioneros,  arenosos, remolinos, troncos. Que se faja para no quedarse atascado.

Ya en el pueblo, un angosto, sucio y maloliente callejón recibe, lamentablemente,  a los visitantes.

Para caminar por allí, los extranjeros y nacionales deben pasar, primero, por el local de acceso al parque nacional.

Es un trecho de no más de 300 metros por el que hay que transitar en una madeja  de pequeños negocios o chinamos con rótulos que ofrecen desde artesanías hasta platillos caribeños o europeos; que ofrecen tour a lo largo y ancho del parque nacional y hasta sitios distantes como el volcán Arenal.

¿Cómo les ha ido después de lo de la española?, le pregunto a un copero y vendedor de “mangostan”, un manjar de fruta tropical. “Uhhh” reacciona, “duro pero ya vamos poco a poco”, me dice, y respira con un dejo de alivio.

Habla bajo, rápido, entre dientes, como sin querer que nadie le escuche; mira, suspicaz,  a su alrededor y elabora su propia historia de lo que pasó.

En esa misma callejuela queda el local de la Fuerza Pública.

La tarde que pasamos los oficiales están dentro del inmueble.

No vemos a ninguno patrullando a pesar que el poblado hierve de incautos turistas. No se ve Policía Turística.

En el recorrido tampoco palpamos un ambiente de inseguridad abierto.

Pero, tras el grave incidente acontecido, uno esperaría medidas de seguridad más evidentes, sobre todo en la protección de los visitantes, en especial de los foráneos.

A la asistente de un hotel le pregunto cómo ha estado la afluencia de turistas y responde: “estamos en temporada baja. Esta semana solo habían 20 personas”.

Octubre es, quizá el mes de menos llegada de turistas.

Esperan que a partir de noviembre, el flujo suba.

Recorremos los canales y seguimos atentos los botes cargados de turistas que, con sus ojos de asombro, disfrutan de aquel tesoro natural.

Son las seis de la mañana y a esa hora, canales y caños están atestados de botes y de visitantes; motores apagados, lo único que se capta ahí es el sonido salvaje de la naturaleza, de las aves, de las aguas. Todo un embrujo.

Caminamos, también, por la playa de arenas cenizas, oscuras, bajo la advertencia de que es prohibido nadar.

Una guía señala los nidos de huevos de tortuga verde ya a punto de nacer. Tras 67 días, las recién nacidas aparecen, luchan contra las capas de arena y corren raudas hasta el mar Caribe que las recibe con destino incierto. Son muchos los depredadores humanos y animales.

Recorremos aquella playa y otros senderos y no dejamos de preguntarnos sobre la tragedia que sorprendió a la turista española. Sobre cómo, en su primer día de visita en el sitio se decidió por un trote matutino en solitario que acabó en fatalidad.

La respuesta la buscan las autoridades con un juicio que aceleran y que, dicen, están pronto a llevar a debate, con un único sospechoso acusado.

En las proximidad de la Boca del Tortuguero al mar el trajín de embarcaciones es constante.

Es evidente el movimiento con visitantes.

Tras dos meses del drama, Tortuguero parece recobrar vida con la llegada de turistas.

En uno de los tantos recodos que le circundan, una patrullera de guardacostas aparece vigilante.

Es la señal más clara que allí la seguridad es crítica, no solo por el drama de agosto, sino porque, siendo la zona un imán de turismo, hasta hace poco pandillas de asaltantes acechaban a grupos de visitantes en sus parajes, volviendo el trayecto muy riesgoso.