En Juárez, México, una de las dos ciudades más inseguras del mundo, fronteriza con El Paso Texas, sobrevivir a la brutal guerra de los carteles del narcotráfico es cuestión de “rutina” para sus habitantes y de inacabable riesgo para los periodistas.
Así lo enfatiza Ronderos: “Después de varios días en Juárez, los periodistas me van dejando ver la verdad . No es que estén acostumbrados a la violencia, como insistió Blanca tantas veces. La muerte se les vino encima de repente, como una nube oscura que todo lo ensombreció…
“Antes, cuando el Cártel de Juárez, que dominaba sin disputa el gran negocio ilícito de pasar drogas a Estados Unidos, desaparecía en fosas a sus enemigos o al que se le atravesara, el odio era silencioso. El primer estallido fueron las misteriosas muertes de las mujeres de Juárez, que hicieron que el mundo empezara asociar a esa ciudad con la violencia. Pero la guerra ruidosa se desató después, desde fines de 2007, cuando el Cártel de Sinaloa entró de lleno a contender por la plaza de Vicente Carrillo…
“Ni los editores ni los reporteros están entrenados ni protegidos para el horror que les copó el oficio sin avisar. Son policías desarmados en permanente emboscada. Son bomberos arrojados a las llamas sin protección. Son médicos impotentes que no pueden auxiliar a nadie. Su único instrumento es la palabra, y aún ésta se les contaminó de términos extraños como sicariar, levantones y ejecuciones. El riesgo de cubrir a ritmo frenético tantos crímenes es obvio, pero no pueden parar.”
Y remata su relato: “Cuando el avión despegó, Ciudad Juárez me pareció entrañable. Nunca había conocido periodistas más valientes.”