David Abel periodista del Boston Globe filmaba en la línea de meta final de la maratón de Boston cuando se dieron las explosiones del lunes 15 de abril.
Recuerda a una anciana voluntaria que, segundos antes, le decía a los corredores: “Todos ustedes son ganadores”.
“Pude ver en los ojos de la mujer lo que había sucedido. No respiraba. No se movía. Sus ojos parecían sin vida, yacía al lado de las barreras metálicas de la acera, donde decenas de personas estaban tiradas, mutiladas, en medio de sangre y vidrios rotos”.
“Apenas unos segundos después de que la primera explosión sacudió la zona cercana a la línea de meta, aproximadamente 2:50 p.m, hubo una segunda explosión a pocas cuadras”.
“Alguien a mi lado dijo que vio un destello rojo. Otros dijeron que sentía el rocío de lo que ellos pensaban que eran fragmentos de metralla. Me zumbaban los oídos de la explosión”.
“Muchos huían, pero muchos corrían hacia los heridos”.
“El tiempo parecía que se había detenido, desorientación y confusión y un extraño silencio robando el aliento y mi capacidad de comprensión”.
“Segundos más tarde, quedó claro que no era una explosión de gas o alguna maquinaria funcionando mal”.
Alix Coletta, de 26 años, enfermera de una tienda médica, me dijo que ella y otros habían tratado a docenas de personas – incluyendo niños – por traumas severos, hemorragias masivas, y problemas cardíacos.
“Fue un caos”, dijo.
En Puro Periodismo recomendamos este artículo como típico exponente de la capacidad testimonial del reportero en emergencias como estas. Esa capacidad para sobreponerse a las circunstancias y al drama y recoger en detalle y vívida descripción los instantes y pasajes de víctimas y demás protagonistas. Sin duda, un registro indeleble de esta tragedia impensable.
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